El circo nunca ha sido solo un espectáculo. Ingresar a la carpa implica abrir la puerta a un mundo mágico. El espectador suspende su incredulidad, según Samuel Taylor Coleridge. Hay un pacto invisible entre los circenses y la audiencia, que acepta y cree todo lo que ve. El público deja en pausa su vida para centrarse en el presente y abrir sus cinco sentidos. En la gran carpa todos tienen permitido ser niños y hasta los adultos reviven su inocencia. Con esos ojos el espectador se deja sorprender por las maravillas que lo esperan. Ellos quieren que los llamen circenses o cirqueros y los invitan a subirse al tren y ver más allá de lo que está en la pista.
 

No es todo risas en el circo. Delante, la fantasía y el entretenimiento, detrás, el rigor y el entrenamiento. No solo el público pausa su vida, sino que los cirqueros también lo hacen. Para lograr esta ilusión, se entrenan y perfeccionan su disciplina todos los días. La parte más difícil es la exigencia corporal y mental. Son muchas horas de entrenamiento y función. La presión de que salga todo perfecto pasa a un primer plano. Los artistas se entrenan un promedio de 30 horas semanales. “Formo parte del circo desde que tengo razón. Desde los seis años entreno todos los días y desde que pertenezco a este circo entreno todos los días dos horas mínimo”, comentó Ignacio Cáceres, 22 años, el monociclista de Cirque XXI “Antiquus”.
 

Hay una gran diferencia entre el cirquero de familia y el de escuela. Por un lado, el de familia mantiene una exigencia inherente al linaje. Puede dedicarse al circo por obligación o por decisión propia. Sin embargo, hay una presión enorme de continuar con la herencia. En los circos de familia, muchas veces la ganancia no alcanza para mantener a todos. “Éramos muchos y las cuentas no rendían. Tuvimos que separarnos y tomar distintos caminos dentro de la industria”, explicó Ezequiel Gomez, 55 años, vendedor en el circo. Por otro lado, el de escuela, tanto maestros como alumnos, se dedica siempre por elección. Esto no elimina la exigencia, pero en este caso no proviene del linaje, sino que es propia. 
 

En Cirque XXI “Antiquus” la consigna es combinar lo antiguo con lo moderno. Reviven la famosa época dorada de los circos, que sucede a partir de 1890. En la Argentina esta forma de espectáculo se comenzó a expandir con los circos criollos que tenían intérpretes que le daban un tinte gauchesco, como payadores urbanos, payasos y danzas como la zamba o la milonga. En “Antiquus” hay un número dentro de la función a cargo de un grupo de malambo con boleadoras, una disciplina tradicional argentina. El circo es también un reflejo cultural. Mientras que en 1980 no existía un elenco local circense, para 1910 había cinco circos criollos. Hoy en la Argentina existen más de 50 circos. Además de los elementos tradicionales, también alude a lo contemporáneo. Detalles como un fotomontaje en el que las familias se sacan fotos como si fuesen personajes del circo, el algodón de azúcar que venden, y disciplinas como equilibristas y trapecistas remarcan el circo del siglo XXI, como lo indica el nombre.