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Una tarde de circo: magia, emoción y risas

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135 niños y adultos asistieron el 26 de agosto a un descampado al lado de Las Palmas del Pilar para presenciar una función del Cirque XXI “Antiquus”. Los personajes deleitaron a la audiencia con una fiesta visual: malabaristas, acróbatas, payasos y más.

Por: Mora Montilla

Cerca de Las Palmas, en el kilómetro 50 de Ramal Pilar, el viernes 26 de agosto, estaba todo oscuro. Poco a poco el estacionamiento comenzó a alumbrarse con las luces de los autos que llegaban para la función del circo. Un hombre alto, flaco y con arrugas los acomodaba. Él, al igual que todo el elenco, portaba una remera negra con el nombre del circo, Cirque XXI “Antiquus”, escrito en rosado. “Viene mucha gente aquí, especialmente ahora que son las últimas funciones”, aseguraba el hombre. La función iniciaba a las 19:00, pero lo que el público no sabía es que los cirqueros estaban preparándose desde las 18:00.

 

La imponente carpa violeta y blanca con espirales brillaba a causa de los focos de luz que colgaban atravesando las puntas. Ingresar a la carpa implicaba abandonar el mundo habitual. Sin preocupaciones, todos volvían a ser niños. Las risas abundaban y los padres complacían a sus hijos. Un niño le rogaba a la madre que le comprara un algodón de azúcar: “Dale mamá por favor, me porté re bien hoy”, pidió. El coro de 15 chicos pedía sin parar gaseosas, pochoclos, yoyos y bolas locas.

 

Desde la antesala la propuesta era una regresión, un viaje en el tiempo. El piso de paja, los muebles de madera y las ilustraciones viejas remitían al siglo XIX. Contrastaban con la cabina de fotos y los juguetes modernos. El espacio de Cirque XXI “Antiquus”, como lo indica su nombre, combinaba lo viejo con lo nuevo, la famosa época dorada de los circos con su versión contemporánea.

 

Al acercarse el comienzo de la función, una acomodadora de pelo violeta y vestida de negro ubicaba a las familias en los asientos libres. Vendedores pasaban durante toda la función para contentar a los niños. De un salto, el payaso entró en la pista. “Buenas noches y bienvenidos a una nueva función. ¡Arriba las palmas todos!”, exclamó. Todo su vestuario condecía con el de un payaso de circo: una nariz roja prominente, un mono rayado rojo y blanco por debajo, un pantalón holgado con tiradores por arriba con un chaleco que hacía juego, unos zapatones blancos y negros con cordones, y su cara pintada de blanco con las cejas remarcadas simulando una expresión de asombro.

 

El payaso dio el inicio de la función al abrir una caja misteriosa de la cual iba sacando objetos: un teléfono antiguo, pañuelos, peluches y gorros. Hizo su gracia y procedió a imitar distintos personajes, como a Bob Marley con un gorro hippie y a Michael Jackson con un sombrero negro, haciendo el emblemático paso de baile llamado moonwalk. Con la espontaneidad característica de todo payaso de circo, bajó del escenario para interactuar con su audiencia. “¿Estás contento de estar acá?”, le preguntó a un pequeño, que respondió con una afirmación eufórica. Apuntó a una mujer adulta, con pelo blanco y preguntó: “¿Te vas a comer todos los pochoclos sola?”, mientras le robó algunos. Continuó su recorrido despeinando a los de la primera fila y bromeando.

 

Prendió una radio con una locución que dio la bienvenida al circo y explicó las medidas de seguridad. También incentivaron el uso de cámaras para grabar la función. Aparecieron seis bailarinas con un vestuario llamativo, brillante y colorido. Una potente luz anunció el turno del monociclista. Con bermudas largas y tiradores, se movió con audacia en el escenario. Su magia fue ir reduciendo el tamaño del monociclo hasta llegar a dar vueltas por la pista con uno de 40cm. Al terminar el número, la carpa se inundó de aplausos mientras que a un niño rubio se le iluminó la cara y quedó boquiabierto.

 

Luces verdes, rojas y blancas giraban por toda la carpa mientras que el espectáculo se fundió en un número grupal: el monociclista, las bailarinas, el payaso, un malabarista y otros acróbatas danzaban a la par. Cada uno hacía su disciplina, pero seguían en la misma sintonía. Los artistas le dejaron el centro a una pareja de bailarines que portaban un vestido y traje celestes con brillos. Se movían con elegancia y dramatismo.

 

La máxima fascinación llegó cuando una mujer de rulos azules, que combinaban con el mono ajustado y con tiras que llevaba puesto, se lanzó por los aires en su trapecio. El público aplaudía con todas sus fuerzas mientras ella sostenía todo su cuerpo apenas con su cabeza apoyada en el inestable trapecio, a 20 metros del suelo, mientras hacía malabares. De fondo una canción de rock alentaba su coraje. “Nunca vi una cosa así”, comentó una espectadora de alrededor de 40 años.

 

Después de un momento de emoción vino un intervalo de locura que duró 10 minutos; solo un payaso en el escenario enardeciendo a los chicos. Ellos aprovecharon para sacarse fotos con él y abrazarlo. También continuaron comprando juguetes: anillos de goma titilantes y espadas de plástico con luces. En la oscuridad dos pequeños batallaban concentrados, una espada contra otra, en un destello de rojo, azul y verde. “Te voy a ganar”, exclamó uno con adrenalina.

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Saltando la doble soga regresaron los personajes a la pista. A las 19:48 llegó la hora del malabarista. Primero con bolos, luego con aros y finalmente con ambos, se desplazaba con tranquilidad por el lugar haciendo lo suyo. Un pequeño fallo lo obligó a volver a empezar, pero, al superarlo, el público lo aplaudió más que nunca. Cerró su show con 16 aros, todo un espectáculo visual. Hacia el final de la función vino lo más dinámico: los trampolines. Saltos, piruetas y acrobacias. Parecían suspendidos en el aire durante horas. Pidieron aplausos del público que los acompañó con fuerza y los animó.

 

El último número del espectáculo fue del grupo de malambo. Retomando la idea de los circos criollos, cuatro hombres vestidos de negro con cinturones gauchescos y ojos pintados de negro como un antifaz salieron con boleadoras y tambores. La función concluyó con una presentación personal de cada uno y finalmente, un saludo grupal. “¿Cómo la estás pasando?”, inquirió a un niño. Él pequeño se limitó a tirar un beso al aire, un gesto de exquisitez que cerró la función con un broche de oro.

Luego de Pilar, Cirque XXI "Antiquus" se instalará en Luján.

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(MM)

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